MUJERES Y EJÉRCITO EN TIEMPOS DE NAPOLEÓN 83
Las Ordenanzas se preocupaban de destacar que no se autorizasen
los “casamientos pobres y infames”, para que de esta manera “las personas
militares vivan y sirvan con el honor y buena fama que su ejercicio pide”.
La necesidad de facilitar a los casados un tipo de alojamiento especial,
aislado de la tropa, en sus cuarteles y acantonamientos55, la exigencia
de incrementar el sueldo para atender a la familia del soldado, y también la
necesidad de proporcionar cuidado y atención a la viuda y a los niños que
dejaban cuando morían (que de otro modo quedarían desamparados y sin
medios para su sustento), llevó al monarca a conceder únicamente en casos
excepcionales la autorización para casarse y conservar, al mismo tiempo,
su empleo. Por eso, las autorizaciones fueron realmente escasas y apenas
alcanzaron a una cuarta parte de las tropas peninsulares56.
Un siglo más tarde, el matrimonio de los militares seguía estando
muy restringido por las mismas razones. La insuficiencia de los sueldos de
los oficiales casados hacía muy difícil que una familia viviese con cierta
dignidad y decencia. Por ello, el matrimonio de coronel para abajo estaba
seriamente limitado.
En 1761, con la creación del Montepío Militar57, se dio un importante
paso adelante facilitando que se abriera la mano con el tema de los matrimonios
de los “oficiales” y se pudiesen celebrar un mayor número de ellos
55 Hasta la Real Cédula de 8 de abril de 1718, en que se ordenó que se comenzaran a edificar
cuarteles, los soldados vivaqueaban en el campo o amontonados entre las viviendas
de una población. A partir de esa fecha, la tropa comenzó a habitar en recintos construidos
a tal fin, por lo general al borde o bajo los baluartes de las murallas, viviendo, en los
primeros momentos, en cuartuchos dotados de 3 camas, cada una de las cuales compartían
2 soldados. SANZ, Raymundo: Diccionario militar de todos los términos propios al
Arte de la Guerra. Barcelona, Juan Piferrer, 1749, pág. 79.
Posteriormente se empezaron a edificar los cuarteles propiamente dichos, tal y como
los entendemos hoy en día, o siguiendo una costumbre bastante habitual se aprovechaba
algún viejo edificio como podía ser un monasterio o un convento. En esos locales,
de cuya limpieza se encargaban los ocupantes o sus mujeres, en caso de estar acompañados
de ellas, los soldados pasaban la mayor parte de las horas del día no dedicadas
a la instrucción. En ellos cocinaban, arranchados según su conveniencia, entretenían
sus ocios y se aseaban con una sola jofaina para todos y la ayuda de “un cepillo y dos
toallas” que debían guardar celosamente el cabo de escuadra; los mismos utensilios
servían también para fregar “mesas, bancos, tinajas, ollas, tapaderas” y lavar la ropa.
Todo ello, naturalmente, bajo la estrecha vigilancia de sus jefes. PUELL DE LA VILLA,
Fernando: El soldado desconocido. De la leva a la “mili”. Biblioteca nueva,
Madrid, 1996, pág. 36.
56 En el resto de los ejércitos europeos la situación no era muy diferente. En Francia solo
el 16 % se casaba. La proporción entre los oficiales alemanes era un poco más elevada,
aunque la calidad de las contrayentes dejaba mucho que desear porque no eran precisamente
muchas de ellas las que se mostraban encantadas con la idea de casarse con un
soldado. Ibídem, pág. 195.
57 La Armada también creó varios Montepíos.
Revista de Historia Militar, 129 (2021), pp. 83-102. ISSN: 0482-5748