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80 MARGARITA CIFUENTES CUENCAS
los Alpes, la aventura de Therese Figueur estuvo a punto de terminar. Cayó
y sufrió numerosas heridas. Aquello le hizo replantearse la vida, y gracias a
la magnificencia de los ciudadanos cónsules de Francia, recibió una pensión
de 200 francos por los largos años de fieles servicios, lo que le permitió a
Therese retirarse a su ciudad natal. Todo parecía indicar que su aventura militar
había llegado a término. Pero, nada más lejos de la realidad. Recobrada
la salud, volvió a plantearse el reenganche en filas. La llamada de las armas
era demasiado poderosa y, además, veintiocho años no era para Theresa una
edad para comenzar a vegetar en los Inválidos de París. Solicitó su reingreso
a filas, y en 1805 marchó con el resto de su regimiento para emprender nueva
campaña. Estuvo en Austerlitz, y meses después, el 14 de octubre de 1806,
en Jena, persiguiendo a los prusianos, después de lo cual regresó a París51.
En la capital francesa permanecerá los meses siguientes, aquejada de
fuertes fiebres que la mantuvieron postrada en la cama. Pero, apenas repuesta,
soñaba con incorporarse una vez más a su antiguo trabajo. Y así lo hizo,
reuniéndose al Regimiento 15 de Dragones a caballo. A pesar de los 36 años
que ya tenía, se enroló en un batallón de jinetes de la Joven Guardia, y con
ellos partió en dirección a España. En Burgos, a pesar de su nacionalidad
francesa, Theresa logró granjearse la simpatía de un cura local, que hasta
le llegó a dar alojamiento, impresionado por su generosidad, pues solía repartir
sus víveres entre los más necesitados y socorrer a los enfermos de los
hospitales.
Un día que paseaba a caballo por las proximidades de Burgos, Theresa
fue cogida presa por la partida del guerrillero cura Merino, fanático
trapense que odiaba todo cuanto proviniese de Francia. No recibió un trato
amable y generoso, y pasó pésimos momentos retenida en el cuartel general
del cura. En agosto de 1812, fue enviada al estado mayor de un regimiento
escocés, y de ahí pasó a manos de una compañía de portugueses que, a punta
de bayoneta, la llevaron hasta Lisboa. Se sintió afortunada cuando ya en la
capital portuguesa fue encerrada en una prisión que compartiría con algunos
empleados españoles que habían servido al rey José. Allí permaneció
hasta el momento en que salió de la prisión para ser enviada presa a Inglaterra,
a una pequeña villa cercana a Southampton, donde quedó retenida
hasta la caída del Imperio. Una vez liberada, regresó a Francia. Durante los
Cien Días, vestida con un reluciente uniforme nuevo de los Cazadores de la
Guardia, se situó un día en el camino de Napoleón hacia las Tullerías, y el
Emperador en persona la reconoció. Se detuvo, y dirigiéndose directamente
a Theresa, le dijo:
51 DEMOUGIN, Jacques: La Grande Armée. Col. Tresor du Patrimoine, París, 2004, pág. 77.
Revista de Historia Militar, 129 (2021), pp. 80-102. ISSN: 0482-5748