64 MARGARITA CIFUENTES CUENCAS
Había otras que no eran tan dulces ni entregadas, sino, por el contrario,
hoscas de carácter, recelosas en su trabajo y usureras por naturaleza.
Para estas, el dinero adquirido o robado por los soldados era su meta, y lo
transportaban en sus carretas junto a la totalidad de sus posesiones. Esas
mujeres se mostraban insensibles a la penuria de sus compañeros, y vendían
el vaso de ginebra a 20 francos, llegada la ocasión. Aunque, por lo general,
este tipo de mujeres no era el más numeroso.
El capitán Blaze cuenta en sus memorias que las cantineras, además
de amigas, eran también con frecuencia cómplices de los soldados saqueadores
y de los merodeadores del ejército, ya que los ayudaban a esconder
en sus vehículos y carromatos el fruto de sus rapiñas. En caso de ser descubiertas
en esa u otra falta grave se les aplicaba como castigo el mismo
que a las chicas de “mala vida”. En tal caso, “se les rapaba los cabellos
y eran obligadas a desfilar desnudas a lomos de un asno frente a todo el
regimiento”17. Lo cierto es que las vivandières, por lo general, permanecieron
en el imaginario colectivo popular de los soldados como verdaderos
ejemplos de humanidad, y así lo recogen la mayoría de los memorialistas
que dejaron testimonio escrito de esos años difíciles.
En uno u otro caso, bien se tratara de hadas madrinas o usureras,
benéficas compañeras de infortunios o implacables mujeres de negocios,
todas ellas fueron siempre mujeres fuertes, llenas de coraje, entereza y unas
grandes dosis de sentido común, lo que les permitió sobrevivir en medio de
infinitas calamidades18, y soportar penalidades y sufrimientos de todo tipo
junto a sus compañeros de armas, sin abjurar de su condición de mujer. Muchas
fueron las que incluso embarazadas, siguieron en su puesto, y hubieron
de dar a luz en el camino. Y lo hicieron de cualquier manera, como bien
pudieron, y casi siempre sin ayuda alguna19.
Aquellas heroicas mujeres, pertenecientes a todas las clases sociales20,
compartieron la suerte de los soldados a los que, durante meses e in-
17 BLAZE, E. capitaine: op. cit., pág. 47.
18 Quizás, de entre todas las calamidades posibles, la mayor fuera la pérdida de todos
sus bienes, un hecho que desgraciadamente se producía con cierta frecuencia. Pocas de
ellas, después de muchos años de fatigas y trabajo, pudieron hacer una pequeña fortuna,
porque en la batalla, y especialmente durante la retirada que seguía al combate, en caso
de dificultades y necesidad sus equipajes eran siempre los primeros en ser sacrificados.
En Portugal, Ney, al recular delante de los ingleses, ordenó quemar todos los furgones y
todos los vehículos, y las vivandières debieron obedecer como los demás. Podían oírse
los gritos de desesperación: “el oro difícilmente ganado, el dinero de los pagos de los
soldados, de tantos y tantos servicios prestados, todo el fruto de una larga campaña
perdida en un instante” (LUCAS-DUBRETÓN, J.: op. cit., pág. 232).
19 “Aquellas mujeres daban a luz al pie de algún árbol haciendo el camino y a continuación
madre e hijo proseguían la marcha sin más” (BLAZE, E. capitaine: op. cit., pág. 50).
20 DAMMAME, Jean Claude: op. cit., pág. 305.
Revista de Historia Militar, 129 (2021), pp. 64-102. ISSN: 0482-5748