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21
diciembre de 2001, la comunidad internacional,
bajo los auspicios de Naciones
Unidas, buscaba instaurar en
Afganistán una nueva estructura de
poder que iniciase su reconstrucción.
Esos acuerdos abogaban por la creación
de un Gobierno interino y de una
nueva estructura de seguridad nacional,
amparados en unos potentes resortes
que favoreciesen todo el proceso
mediante una fuerza multinacional
de asistencia a la seguridad (ISAF),
aportada en su mayoría por los países
de la OTAN, y una misión de Naciones
Unidas de asistencia a la gobernanza
(UNAMA).
Establecido el plan estratégico de la
operación de estabilización y reconstrucción
del país, fue en su desarrollo
donde se malogró parte de su éxito
por la falta de ambición de los actores
implicados, la ausencia de una dirección
estratégica sólida y la inaplicación
de las salvaguardas a las que obliga
un enfoque integral en este tipo de
operaciones.
Sobre la falta de ambición, habría que
empezar por la propia administración
estadounidense, que fue la que inicialmente
lideró todo el proceso con una
acción limitada marcada por su estrategia
de guerra global contra el terror
y que, al encontrarse con el vacío de
poder tras la caída del régimen talibán,
buscó el auxilio de la comunidad
internacional para apoyar las operaciones
de estabilización y reconstrucción
del país. Esa misma falta de
ambición también es achacable a dicha
comunidad internacional, que, a
lo largo de veinte años, no fue capaz
de aprovechar las distintas ventanas
de oportunidad abiertas por la fuerza
operacional para un fortalecimiento
coordinado y sin fisuras de las nuevas
instituciones estatales afganas.
Anteriormente, ya se habló sobre la
importancia de una dirección estratégica
sólida, pero, en lo que respecta a
la operación de estabilización y apoyo
a la paz, tenía que haber sido Naciones
Unidas la que ejerciera dicho liderazgo
mediante la designación de un
representante con la suficiente autoridad
para coordinar los esfuerzos internacionales
y supervisar eficazmente
la Administración afgana.
Como señala la publicación doctrinal
Empleo de las fuerzas terrestres,
el enfoque integral busca «concertar
planes, objetivos y acciones de todos
los actores participantes en la gestión
de una crisis o conflicto, en todos
sus niveles (estratégico, operacional y
táctico) y en todas sus fases»4. En este
caso, la falta de ese enfoque integral
abocó a la deslegitimación de las instituciones
afganas, que no supieron o
no quisieron integrar en su seno a todas
las etnias e identidades sociales;
a una acusada falta de coordinación
por parte de la comunidad internacional
para establecer planes, objetivos y
prioridades, y a una conflictividad de
roles entre las fuerzas de ISAF y de la
misión de Naciones Unidas (UNAMA):
las primeras tendrían que haberse
centrado exclusivamente en tareas de
seguridad y la segunda, en tareas de
reconstrucción.