La exploración y colonización de estas
tierras había sido emprendida por
el Imperio español con un propósito
principalmente defensivo frente a las
amenazas procedentes de las demás
potencias europeas y fue proseguida
por el naciente Imperio americano. Los
cuerpos de ingenieros constituían en
la época las únicas instituciones técnico
científicas con capacidad para
implantar una política de ordenación
espacial, por lo que en ambos casos encontramos
que el sujeto importante de
la acción expansiva fue el ingeniero militar.
Es por ello por lo que con este trabajo
pretendemos bosquejar la trayectoria
de ambas instituciones en España
y Estados Unidos durante este crucial
capítulo de la historia atlántica, poniendo
en contraste no solo sus naturales
diferencias, sino también sus puntos en
común. Entre estos destaca el hecho de
que, en su doble ámbito de actuación,
el militar y el civil, ambas constituyeron
poderosos instrumentos de la política
imperial de sus respectivas naciones.
Es ineludible, en todo caso, justificar el
uso del término «imperio» como concepto
extendido e independiente de la
forma del Estado, en línea con el tratamiento
dado por la historiografía más
reciente a determinadas formaciones
geopolíticas3. Así, calificaremos
como imperios tanto al español de la
monarquía hispana universal como al
establecido de facto por la joven república
58 / Revista Ejército n.º 977 • septiembre 2022
americana. En este último y
singular caso, llama la atención que la
concepción imperial de Estados Unidos
data del mismo momento de su
constitución como nación, en calidad
de heredero y sucesor del Imperio británico
en el Nuevo Mundo4. Para sus
padres fundadores, se trataba de un
hecho indiscutible: George Washington,
su primer presidente, ya en 1783
calificaba a su patria como un «imperio
emergente» que habría de codearse de
igual a igual con otros imperios, mientras
que Thomas Jefferson, su tercer
presidente, veía en Estados Unidos un
empire of liberty5 con la responsabilidad
de extender a escala global los
valores de progreso y libertad en los
que se hallaba constituido. En la actualidad,
está ampliamente admitida
la tesis de que Estados Unidos «es y
ha sido siempre un imperio»6.
DOS IMPERIOS Y UN DESTINO
Durante el siglo XVIII, el espacio geográfico
que hoy día constituye el territorio
continental de los Estados
Unidos de América fue objeto de una
enconada disputa entre las principales
potencias europeas. Para España, esa
zona constituía la frontera norte de su
imperio americano, espacio que desde
el siglo XVI había recibido escasa
atención7. Sin embargo, a lo largo del
siglo XVIII, España comenzaría a sentir
un incremento de la presión foránea
en esa zona, de Florida a California, al
converger sobre ella los intereses del
Imperio británico y Francia primero, y
del Imperio ruso y Estados Unidos después.
La caída de La Habana en manos
inglesas en 1762 durante la guerra
de los Siete Años (1756-1763) mostró
claramente a las autoridades españolas
la vulnerabilidad de su imperio colonial
de ultramar, lo que llevaría a Carlos
III a emprender una política mucho
más activa. De esta resultaría una intervención
destacada de España en
Norteamérica durante el último tercio
del siglo que estuvo basada más en el
uso de la razón que en el de la fuerza.
La acción de gobierno sobre el territorio
requería una ordenación espacial
de este que, de acuerdo con la política
borbónica de reformismo ilustrado, se
debía llevar a cabo con criterios científicos.
El instrumento técnico-científico
más cualificado con el que contaba la
Corona española para este cometido
era su Real Cuerpo de Ingenieros.
Este había sido creado en plena guerra
de sucesión española (1701-1714)
por el Plan General de los Ingenieros
de los Ejércitos y Plazas, de 17 de abril
de 1711, expedido por el rey Felipe V,
aunque el crédito de su concepción ha
de otorgarse a su ingeniero general, el
flamenco Jorge Próspero de Verboom,
primer marqués de Verboom. En las colonias
americanas, particularmente en
Nueva España, la presencia del cuerpo
databa prácticamente de su fundación,
aunque ya había existido una importante
tradición de ingeniería militar desde el
siglo XVI. En la frontera norte, la actuación
de los ingenieros del rey tendría lugar
en dos ámbitos: el militar, con la realización
de actividades defensivas tales
como inspecciones, construcción de
fortificaciones y reconocimientos territoriales
encaminados al levantamiento
de mapas; y el civil, con una intervención
en el territorio basada en la realización de
obras públicas que mejorasen las condiciones
de vida de la población del lugar,
algo muy en línea con la política de colonización
de las autoridades españolas.
El primer ingeniero del cuerpo que llevó
a cabo reconocimientos del terreno en
la frontera norte fue Francisco Álvarez
Barreiro, quien participó en dos expediciones
militares de inspección: la de
Martín de Alarcón (1718-1724) y la del
brigadier Pedro de Rivera (1724-1728).
Durante las cuatro décadas que siguieron
a la expedición de Rivera no se tiene
constancia de actividad del cuerpo
en la frontera, lo que cambió radicalmente
tras la guerra de los Siete Años
al evidenciarse la necesidad de colonizar
esa inhóspita tierra como medio
para proteger la preciada posesión de
Nueva España8. Desplazado al virreinato
con este propósito, el visitador general
José de Gálvez concibió y organizó
la expedición a la Alta California (1769-
1770) que, al mando del capitán Gaspar
de Portolá, dio inicio a la colonización
de esta provincia9. En esta misión
quiso Gálvez contar con el apoyo de un
ingeniero del rey, para lo que le fue comisionado
el entonces teniente Miguel
Costanzó. Tras muchas vicisitudes,
que Costanzó narró vivamente en sus
diarios, comenzaba la ocupación de la
Alta California y su protección frente a
la amenaza del expansionismo ruso y
Ingeniero general D. Jorge Próspero de
Verboom