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John Charles Fremont, teniente del Cuerpo de Ingenieros Topográficos del Ejército
de los Estados Unidos
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palacios, aduanas, hospitales e iglesias.
En cuanto a las infraestructuras,
españoles y norteamericanos intervinieron
en la ejecución de desagües y
drenajes y en la construcción de carreteras,
canales, puentes y puertos. Los
americanos se encargarían además de
todas las grandes obras públicas en interés
del comercio y del transporte rápido
de mercancías, especialmente el
dragado de ríos y puertos17.
La coincidencia en las actividades de intervención
territorial y de construcción
nacional nos da una primera idea de la
utilización de ambos cuerpos como instrumentos
de una política imperial, más
allá de su carácter puramente militar. En
España, los ingenieros militares constituían
la corporación técnica más competente
del imperio en el siglo xviii, lo
que los convirtió en actores principales
de la política del despotismo ilustrado y
de la voluntad centralizadora de los Borbones.
En Estados Unidos, el Cuerpo de
Ingenieros del Ejército, y especialmente
el Cuerpo de Ingenieros Topográficos,
fue también un importante medio del
que se valió ese imperio en expansión a
la hora de implantar la doctrina del destino
manifiesto. No obstante, el empleo
de instituciones de carácter militar para
la consecución de objetivos políticos no
estuvo exenta de conflicto. En algunos
mandos de ambos cuerpos, existía una
aversión a la ejecución de obras públicas
y otras tareas no estrictamente militares.
Entre los españoles, el experto
en fortificaciones Félix Prósperi tenía la
firme convicción de que los ingenieros
del rey debían ocuparse exclusivamente
de asuntos castrenses, y de ahí emanaban
su antipatía y su rivalidad hacia su
subordinado, el teniente Luis Díez Navarro,
quien se había ganado la confianza y
amistad del arzobispo y virrey de Nueva
España Juan Antonio de Vizarrón gracias
a los proyectos arquitectónicos de
carácter civil y religioso de estilo barroco
que llevó a cabo entre 1732 y 174218.
En Estados Unidos, los elitistas oficiales
del Cuerpo de Ingenieros consideraban
un demérito la ejecución de obras públicas,
circunstancia que sería sutilmente
aprovechada en 1838 por el sagaz coronel
John James Abert, jefe de la Oficina
Topográfica del Cuerpo de Ingenieros,
quien, asumiendo la ejecución de estas
actividades, conseguiría del Departamento
de Guerra la autonomía administrativa
para su unidad, que se constituyó
en cuerpo de ingenieros topográficos.
Ingenieros españoles y americanos hubieron
de maniobrar hábilmente en las
procelosas aguas de la política, aunque
algunos sucumbirían en el intento. Podemos
encontrar ejemplos en el brillante
pero ambicioso Nicolás de Lafora, por
parte española, y en el popular e impulsivo
pero indisciplinado capitán John C.
Fremont, quien, a pesar del apoyo de su
suegro, el influyente senador Thomas
Hart Benton, hubo de afrontar un consejo
de guerra en Washington D. C.
En línea con la tesis de la instrumentación
política, se observa que, siendo
la propagación de determinadas ideas
estéticas un aspecto característico
del ejercicio del poder imperial, los ingenieros
militares resultaron ser también
vectores de desarrollo y difusión
del arte. Así, los ingenieros españoles
difundieron la estética neoclásica, especialmente
en la arquitectura civil y
religiosa, promocionada por la nueva
dinastía borbónica frente al barroquismo
de los Austrias. Más tarde, imbuidos
del espíritu de la época, los americanos
proyectarían en sus relatos y
grabados una visión romántica del oeste,
contribuyendo además al desarrollo
del arte al hacerse acompañar de artistas
en sus expediciones.
Por otra parte, sí encontramos una
acusada diferencia entre los ingenieros
militares de las dos naciones,
y es su actitud ante la divulgación
científica. Aunque ambas
corporaciones militares tenían carácter
científico-técnico, en la española
predominó el espíritu castrense, estando
sometida a un modelo administrativista,
sin vocación de transmisión
ni de difusión pública de la información.
Los españoles raramente intercambiaban
información científica entre
ellos o con otros científicos, por lo
que, desafortunadamente, su ingente
producción científica no pasó del estado
de manuscrito o de meros apuntes
personales19. Además, la excesiva
regulación y el celo en la supervisión
de las actividades de los ingenieros
les dejaban poco margen de actuación,
lo que tuvo como consecuencia
la falta de un reconocimiento público
que de otra manera hubieran obtenido20.
Por el contrario, sus homólogos
estadounidenses habían sido educados
en la tradición científica francesa
del intercambio de conocimiento
científico. El antes mencionado coronel
John J. Abert instituyó un sistema
de intercambio de artículos científicos
entre sus oficiales con el que animaba