M-41
49
de 1938 en la denominada batalla
de Alfambra.
En el periodo que transcurrió entre la
Primera y la Segunda Guerra Mundial,
surgió un conjunto de estrategas
y pensadores militares en varios
países que desarrollaron la doctrina
para el empleo de las unidades acorazadas;
así tenemos a Liddell Hart,
J. F. C. Fuller y Percy Hobart en el
Reino Unido, Guderian en Alemania,
Adna R. Chaffee en Estados Unidos,
Charles de Gaulle en Francia y Mijaíl
Tujachevsky en la Unión Soviética. Sin
embargo, sería Alemania la que más
desarrollaría dichas doctrinas, adaptando
sus unidades para ponerlas en
práctica con la famosa blitzkrieg. La
Segunda Guerra Mundial sería el escenario
donde el carro de combate
y las unidades acorazadas alcanzarían
su mayoría de edad, pasando a
ser el principal elemento en la batalla
terrestre y la fuerza de choque
que antes era la caballería a caballo.
En España, el proceso de cambio y
transformación fue mucho más lento
y, aunque ya se emplearon medios
acorazados en la guerra de
Marruecos, lo cierto es que su uso
fue más bien testimonial, llegándose
incluso a no tener muy clara su utilización;
así vemos que aparece una
batería de artillería con carros o una
compañía de infantería con ellos. No
se tuvo la visión de lo que podía suponer
este medio en el futuro y, desde
luego, no se tuvo la iniciativa de crear
un cuerpo o transformar la caballería,
como estaban empezando a hacer los
ejércitos de otros países.
Al llegar la Guerra Civil
(1936-1939), continuábamos
en la
misma situación: apenas
se poseían medios
acorazados, contando solo con un
puñado muy escaso de carros franceses
FT-17, supervivientes de la
guerra de Marruecos, media docena
de arcaicos Schneider CA-1 y cuatro
carros Trubia. Por ello hubo que recurrir
a la ayuda extranjera, principalmente
de Alemania, con los carros
Panzer IA, el CV3/35 italiano
para el bando nacional y los modelos
soviéticos T26B y BT-5
T-26