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para el bando gubernamental. Los
carros aportados al bando nacional
eran muy inferiores tanto en número
como en características, con escaso
blindaje e insuficiente armamento (lo
que no tardó en quedar demostrado
en el campo de batalla) a los aportados
al bando republicano, que, si bien
no disponían de un blindaje adecuado,
estaban mejor armados. A lo largo
de la contienda, cada bando vino
a recibir unos trescientos carros de
combate, en muchos casos para reponer
las bajas habidas. Este escaso
número, junto con la concepción de
su utilización como armas de apoyo
a la infantería, no permitió hacer un
empleo adecuado del medio y apenas
se dieron enfrentamientos de unidades
acorazadas. Es curioso que, habiendo
sido la guerra civil española
un campo de pruebas y ensayos para
las potencias que luego se enfrentarían
en la Segunda Guerra Mundial,
especialmente en lo que a la aviación
se refiere, no lo fuese para las teorías
y doctrinas de las unidades acorazadas
entonces bullentes.
La necesidad de
reconstruir el país
hicieron que no
se modernizase el
Ejército
La repercusión de los medios acorazados
en la guerra civil española fue
escasa debido en parte a las deficiencias
del material recibido, en parte
a su escaso número, también a la
insuficiente instrucción de las tripulaciones
y a su inadecuado empleo
como apoyo a la infantería, al parecer
impuesto por el general Franco. La
única prueba que se hizo del concepto
moderno de su empleo fue en la batalla
de Guadalajara: el cuerpo italiano
de tropas voluntarias consiguió permiso
para realizar una ofensiva según
sus propios planes tácticos de guerra
celere que terminó en el bien conocido
desastre y que hizo que nunca más
se volviese a intentar una operación
semejante. Por supuesto, en ese tiempo
no se pasó ni por la imaginación el
crear una nueva arma o transformar
la caballería, como estaban haciendo
todos los países.
Finalizada la guerra, el aislamiento al
que fue sometida España y la necesidad
de reconstruir el país hicieron
que no se modernizase el Ejército y
permaneciese con tan solo un puñado
de carros, restos de la guerra, totalmente
anticuados, por no decir inútiles,
mientras se contemplaba ese
mundo nuevo de tácticas y empleos
que se aplicaban en Europa durante
la Segunda Guerra Mundial.
En los años cuarenta, la caballería
sufrió varias reestructuraciones, todas
presididas por la penuria económica
que sufría España en ese tiempo,
la cual no permitía la provisión
de material moderno, pero sí había
una firme intención de evolucionar
y transformarse. Así lo demuestra la
inclusión de unidades acorazadas o
mecanizadas, como se llamaban entonces
en su estructura. De los diecisiete
regimientos de caballería que
se crearon al acabar la guerra, había
dos mecanizados, cinco a caballo y
diez mixtos, estos con la mezcla de
escuadrones de sables a caballo y escuadrones
mecanizados o de autoametralladoras
cañón. Generalmente,
tanto los regimientos como los escuadrones
mecanizados estaban en
cuadro y solo contaban con el material
restante de la guerra; seguían las
unidades a caballo porque era lo que
había y, dado que la Wehrmacht se
encontraba a las puertas de España,
no se podía prescindir de ningún medio,
por poco eficaz que pareciese.
Posteriormente, se creó la división
de caballería que tomaría el nombre
de Jarama, compuesta por dos brigadas,
una de ellas mecanizada con
Jeep de una unidad de Caballería
50 / Revista Ejército n.º 977 • septiembre 2022