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a las acciones de la lucha contraterrorista,
liderada por los Estados Unidos,
pero nunca tuvieron la determinación
y la capacidad para enfrentar
una guerra de guerrillas contra la insurgencia
talibana que neutralizase
con efectividad su influencia sobre el
pueblo afgano y erradicase los santuarios
mantenidos a lo largo de la
línea fronteriza con Pakistán. A esa
situación contribuyeron tanto la ausencia
de liderazgo por parte del Gobierno
afgano como la falta de ambición
y compromiso por parte de la
comunidad internacional, que, ante
la prolongación del conflicto, forzaron
la solución política de una reconciliación
con la insurgencia, la cual
terminó de la peor forma posible: con
la toma de poder por parte de los talibanes.
Esa falta de coherencia con el objetivo
final buscado, evidenciada
por los órganos de seguridad nacional
afganos, marcó también la
dinámica operacional de las fuerzas
de la Alianza a lo largo del conflicto,
sin un establecimiento y control
claro de finalidades, acciones
y resultados. Además, los vetos y
limitaciones operativas nacionales,
la falta de interoperabilidad o
de capacidades vitales y la aplicación
heterogénea de técnicas, tácticas
y procedimientos malograban
la ansiada unidad de acción de dichas
fuerzas.
En lo que respecta a los retos operacionales
a los que debían enfrentarse
las fuerzas internacionales a lo
largo del conflicto, fue evidente que
no estaban preparadas para combatir
la insurgencia talibana, y tampoco
era su misión, ya que la fuerza legitimadora
de tal acción tenía que recaer
exclusivamente en los órganos
de seguridad nacional afganos. Sin
embargo, desde su creación, tanto el
Ejército nacional afgano (ANA) como
los nuevos órganos policiales se vieron
incapaces de combatir dicha insurgencia
sin un oportuno apoyo
aéreo, logístico y de inteligencia por
parte de las fuerzas internacionales,
lo que fue aprovechado por la insurgencia
para restarles legitimidad y
apoyo popular.
Otro desafío operacional para las
fuerzas internacionales fue adaptarse
a un entorno operativo muy
centrado en la población, con cambios
significativos en el esfuerzo de
inteligencia y en el estilo de mando.
A diferencia del modelo convencional,
este nuevo entorno primaba
un esfuerzo de inteligencia de flujo
ascendente y transversal, y un estilo
de mando orientado a la misión.
Con ello, las unidades ganaban autonomía
y una mejor percepción del
ambiente operativo.
La mentorización y colaboración con
las fuerzas y cuerpos de seguridad
nacional afganos supusieron continuos
retos dentro de las fuerzas de
la alianza por su falta de profesionalidad
y experiencia, y sus casos
de corrupción e infiltración de elementos
no deseados, que, con los
temidos incidentes green-on-blue5,
generaban un ambiente de falta de
confianza plena.
En el aspecto táctico, las fuerzas internacionales
también se vieron sometidas
a continuos retos que pusieron
en cuestión muchos de los
procedimientos tácticos empleados.
Así, uno de los mayores desafíos
a los que se enfrentaron fueron
los numerosos artefactos explosivos
improvisados (IED) colocados por la
insurgencia y los grupos terroristas
infiltrados en su seno, lo que obligó
a adoptar nuevos medios de transporte
táctico y logístico, y mejoras
continuas en las medidas de seguridad.
Sobre la adopción de los nuevos
medios, se echó en falta una acción
concertada por parte de las fuerzas
de la Alianza que diera una rápida
respuesta al desafío tecnológico y
táctico planteado.
NOTAS
1. Palabras pronunciadas por el general
jefe del Estado Mayor Conjunto
Mark Milley ante el Congreso
el 28 de septiembre, hablando sobre
la retirada de Afganistán.
2. La publicación doctrinal PD1-001
Empleo de las fuerzas terrestres lo
contempla como conciencia intercultural
en el apartado 7.3.b.
3. Página 2-9 de la PD1-001 Empleo
de las fuerzas terrestres, apartado
2.4.
4. Página 7-2 de la PD1-001 Empleo
de las fuerzas terrestres, apartado
7.3.a.
5. Ataques a las fuerzas de la coalición
por parte de elementos talibanes
infiltrados en las Fuerzas
Armadas y órganos de seguridad
afganos.■