TEMAS GENERALES
o el descalabro de nuestro poder naval. Aceptando pues gustoso la invitación
que el entonces almirante director del Instituto de Historia y Cultura Naval
hacía a todos los estudiosos de nuestra querida Armada para desterrar esta
absurda propensión, traigo a la memoria del lector las gestas de uno de nues-tros
más importantes marinos: Fadrique Álvarez de Toledo Osorio, cuyo
nombre, por cierto, no ha figurado nunca en la popa de un navío de la Arma-da,
pese a que, como vamos a comprobar, no le hubieran faltado méritos para
ello.
Un marino a caballo entre dos siglos
No se asuste el lector neófito si nos trasladamos a finales del siglo XVI y
principios del XVII, pues estamos aún en el cénit de nuestro Imperio. España
no solo domina amplios territorios del continente americano, de Europa y de
Oceanía, sino que también, y por si fuera poco, Felipe II anexiona en 1581 el
Reino de Portugal junto a sus posesiones ultramarinas. Eran tantos y tan
diversos los enormes territorios bajo la soberanía del monarca español que un
año antes quiso conocer con algo de detalle aquellas tierras y ciudades, por lo
que promulgaría la famosa Instrucción y memoria de las relaciones que se
han de hacer para la descripción de las Indias que su Majestad manda hacer
para el buen gobierno y ennoblecimiento de ellas, en la que a través de 50
preguntas dirigidas a los gobernadores, corregidores y alcaldes mayores
pretendía conocer sus principales aspectos geográficos, climáticos, económi-cos
y culturales, pues de los militares y navales sí existían referencias en la
Corte.
Como se puede fácilmente suponer, eran las «armadas» (2) que existían en
la época las que vertebraban y protegían todos estos dominios; sin duda, las
más potentes y numerosas del momento, al estar integradas por los mejores
galeones de guerra que se podían construir en los astilleros del planeta. Si a
esto sumamos el poder de su artillería y la temible fuerza de infantería
(Tercios de Mar) (3) que embarcaban, nuestros navíos se configuraban en
poderosas, imponentes e imbatibles fortalezas flotantes.
(2) A principios del siglo XVI no se hacían buques específicamente para la guerra. De esta
manera, cuando varios barcos se utilizaban con fines comerciales se les denominaba «flota»,
mientras que si eran empleados para fines bélicos o de protección eran conocidos como «arma-da
». Con el paso del tiempo, las diferentes ordenanzas que se promulgaron sobre construcción
naval fueron estableciendo las diferencias entre los galeones empleados para el comercio y los
de guerra.
(3) Como ingeniosamente dijo en uno de sus estudios el historiador Julio Albi de la Cuesta:
«Macedonia tuvo sus falanges, Roma sus legiones y España sus tercios». Aunque es cierto que
en las Partidas de Alfonso X (parte 2.ª, XXIX, 6) encontramos el primer antecedente de la exis-
240 Marzo