450 ANIVERSARIO DE LA BATALLA NAVAL DE LEPANTO
cada lado, en representación de la de sus soberanos. Esa es su responsabili-dad
histórica, y los dos, vencedor y vencido, van a estar a la altura de lo que
se espera de ellos.
La historia tiene sus razones, pero a veces las cosas son más simples de
lo que parecen. Así ocurre en Lepanto. Más que las ambiciones de la Subli-me
Puerta, más que los sueños del papa, las necesidades estratégicas del rey
de España o los miedos de la Señoría de Venecia, son las férreas voluntades
de Juan de Austria y de Alí Pachá las que conducen inexorablemente a un
enfrentamiento inusitado, lleno de contrastes que no siempre han sido apre-ciados
por los historiadores. ¿Anticuada justa medieval en la que solo está
en juego el honor, o moderna batalla decisiva en la que, como ocurriría en
Jutlandia siglos después, lo que está en disputa no es otra cosa que el domi-nio
del mar? ¿Última de las grandes batallas navales librada con tácticas y
armas de infantería, o primera, adelantándose en muchas décadas a su
propio tiempo, en la que el objetivo era puramente naval: la destrucción de
la armada enemiga? (1).
Como ha ocurrido tantas veces en la historia de la humanidad, los dos
generales llegan a la batalla mal informados. Ambos están convencidos de
que van a combatir en superioridad porque, a partir de los fragmentarios
datos que cada uno ha podido reunir, estiman las fuerzas del contrario en un
tercio menos de lo que realmente son. Pero esta confusión no resta mérito a
las decisiones de ambos líderes: cuando se dan cuenta de su error, cuando
galera tras galera de uno y otro bando van haciéndose visibles en el campo de
batalla, tanto el musulmán como el cristiano se mantienen firmes. Lo exige el
honor.
El turco tiene buenos motivos para aceptar el desafío. Tiene a su favor el
viento, que sopla de levante en esas tempranas horas del día. Pero también
está su favor —o al menos eso cree Alí Pachá— el viento de la historia. El
maridaje del Imperio otomano, que aporta como dote su poderosa energía
expansiva, con las ciudades corsarias del norte de África, cuna de excelentes
marinos, ha engendrado un formidable poder naval que, desde su victoria en
Préveza sobre el mismísimo Andrea Doria, se ha mostrado superior al de
todos sus rivales mediterráneos. Además, al contrario que su enemigo, Alí
(1) Es probable que ni Juan de Austria ni Alí Pachá fueran plenamente conscientes del
carácter de la batalla que iban a librar. La mar era entonces más frontera natural que camino.
Las escuadras eran herramientas para atravesar ese inmenso obstáculo, y tardaría todavía algu-nos
siglos en discutirse la idea estratégica —que a la postre resultaría efímera— de la «batalla
decisiva» para alcanzar el «dominio del mar». En el siglo XVI se llegaba al combate naval solo
cuando era preciso para alcanzar objetivos en tierra o evitar que lo hiciera el enemigo. De ahí
las críticas de algunos historiadores de la época que, perplejos, se preguntaban si había valido la
pena tanto esfuerzo para no ganar un palmo de terreno. Sorprendentemente, aún hay quien
piensa así.
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