450 ANIVERSARIO DE LA BATALLA NAVAL DE LEPANTO
como hacen los mejores, consigue que todas las acciones lleven su sello. Así
ocurre en la batalla de la isla de San Miguel en 1582. El verano es corto en el
océano Atlántico y don Álvaro no quiere esperar a los buques que vienen de
Cádiz a las órdenes de Recalde, retrasados por el mal tiempo. Al mando
de una armada de 25 galeones y naos, el marqués se enfrenta a la escuadra
francesa de Felipe Strozzi —que le dobla en el número de navíos— y la derro-ta
infligiéndole graves pérdidas. La victoria de Álvaro de Bazán demuestra
que la decisiva ventaja que da la calidad de los tercios embarcados españoles
no se aplica solo a las galeras mediterráneas. Otras naciones aprenderían la
lección y pronto desarrollarán nuevas tácticas para compensar su desventaja.
Pero esa es otra historia. De momento, la batalla de la isla de San Miguel deja
abierta la puerta a la conquista de las Azores, conseguida en 1583 tras un
desembarco anfibio en la isla Tercera, que también lleva su sello. El marino
español sabe encontrar, una vez más, respuestas nuevas a los desafíos propios
de las operaciones. El propio marqués, que entiende como nadie el valor del
ejemplo, salta a tierra con sus tropas para darles ánimo.
Nombrado capitán general del Mar Océano y de la gente de guerra del
Reino de Portugal, y adornado su marquesado con la grandeza de España, don
Álvaro sugiere al rey que ha llegado el momento de castigar a Inglaterra por
sus desmanes. Cree que puede contar en breve tiempo con todos los medios
necesarios para cruzar el canal y poner a su ejército en tierra enemiga. Pruden-te,
el rey da largas, y el marqués, después de exponer su parecer como siem-pre
lo hace, con tanta libertad como respeto, acata con lealtad una decisión
que sin duda le duele. Años después escribiría Calderón que «la más principal
hazaña es obedecer». Sin duda lo es ya para Álvaro de Bazán.
Pronto llegan las prisas del monarca, la imposición de planes mal concebi-dos
para la jornada de Inglaterra, las órdenes a veces contradictorias que el
marqués se desvive por cumplir, las reconvenciones, el relevo y, al final, la
muerte del héroe en Lisboa, quizá perdido el favor de su rey. Pocos meses
después, el fracaso de la Grande y Felicísima Armada, que nunca logró enla-zar
en Flandes con los tercios de Alejandro Farnesio, da la razón a quien siem-pre
la tuvo. Mejor habría hecho Felipe II en seguir, como en Lepanto hizo su
hermano, «el parecer del señor marqués».
Los bolos de Drake
Son muchos los artículos sobre el marqués de Santa Cruz que se han publi-cado
en esta REVISTA, casi tantos como los escritos sobre la batalla de Lepan-to.
Sin embargo, no parecen haber sido suficientes.
Eugenio de Nora, un poeta leonés a quien inspiraban los temas históricos,
escribió hace unas pocas décadas unos versos no muy conocidos que quizá
deberían hacernos reflexionar: «Yo no canto la historia que bosteza en los
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