450 ANIVERSARIO DE LA BATALLA NAVAL DE LEPANTO
na y, en las pocas ocasiones en que el encuentro se produjo, se demostró que
su inferioridad era igual o incluso mayor que en Lepanto.
Braudel afirma en su gran trabajo que lo que arruinó verdaderamente a la
flota otomana fue el período de paz subsiguiente, con las sucesivas treguas,
preocupados ambos enemigos por crisis que reclamaban su atención en otros
frentes, sin entrar en más detalles ni discusiones.
Parece más exacto afirmar que, después de su gran fracaso, la armada
otomana requería una nueva y prolongada atención y revisión en todos sus
aspectos si quería seguir siendo lo que había sido hasta entonces. Renovación
técnica, táctica y estratégica y nuevos hombres e ideas eran el gran esfuerzo
que se imponía si quería seguir siendo un arma decisiva en el Mediterráneo, e
incluso asomarse al Atlántico, donde se dirimía por entonces la hegemonía
mundial.
Pero tal tarea resultó superior a las fuerzas y hasta a los deseos del Imperio
otomano, pues nada o muy poco se hizo del tan necesario gran esfuerzo rege-nerador;
y así, la otrora temible flota otomana se fue convirtiendo en una
fuerza cada vez más atrasada en el aspecto técnico y menos relevante en el
estratégico, confinada aún más, por su decreciente número e importancia, a
una tarea meramente defensiva.
Lepanto aparece así como una batalla decisiva para el poder naval turco,
pues aparte de las pérdidas en la batalla y de cómo se repusieron, el Imperio
otomano dejó en lo sucesivo de tener confianza en su poder naval, se negó a
realizar el esfuerzo necesario para reconstruirlo y ponerlo al día y centró toda
su estrategia en la terrestre pues, al fin y al cabo, los turcos otomanos eran un
pueblo de las estepas que solo se había hecho marinero por necesidad estraté-gica
y con la inestimable ayuda de los berberiscos.
Ya la última expedición de Uluj Alí antes de las treguas con Felipe II fue
un simple crucero de unas sesenta galeras que no hicieron nada de importan-cia.
Desde entonces, la flota anual turca, compuesta por lo general de solo
medio centenar de unidades, o poco más, se limitó normalmente a cruceros
defensivos por el Egeo, tras los cuales volvía a sus bases sin intentar nada de
relieve.
Las galeras del duque de Osuna
Si faltaran más pruebas de esa decadencia naval otomana, podemos resu-mir
rápidamente lo que lograron en el segundo decenio del siglo XVII las gale-ras
españolas de los virreinatos de Sicilia y Nápoles, sucesivamente encomen-dados
a Pedro Téllez-Girón y Velasco, duque de Osuna, entre otros títulos, y
Grande de España, gran reorganizador de dichas fuerzas navales.
Téllez-Girón consiguió tales gobiernos por sus fogosas intervenciones en
el Consejo Real, al exponer la importancia estratégica de ambos territorios.
390 Agosto-septiembre