450 ANIVERSARIO DE LA BATALLA NAVAL DE LEPANTO
Hacia las once de la mañana de
aquel domingo 7 de octubre de 1571
ocurrió algo providencial. Del este
roló el viento al rumbo opuesto,
quedando la mar llana como un
lago, lo que obligó a los turcos a
amainar las velas y armar los remos,
retrasando su marcha, y a recibir de
cara el humo en cuanto comenzara
el fuego. Cuando ya les separan
menos de cien metros, los cañones
de las galeras de la Liga empiezan a
disparar, barriendo las cubiertas
otomanas. Los cristianos, sin estor-bos
a proa, están en condiciones de
hacer fuego en el último momento y
en ángulo bajo.
Todas las crónicas coinciden en
que la acometida de ambas galeras
capitanas fue espantosa. La nave de
Alí Pachá atravesó con el espolón la
de Juan de Austria y las dos queda-ron
Alegoría de la batalla de Lepanto, por Paolo
Veronese. Galería de la Academia de Venecia
entrelazadas. Hubo fuego cruza-do
de arcabuces; los soldados del rey hicieron aquello para lo que estaban entre-nados:
su trabajo.
A las cuatro de la tarde, la batalla parece llegar a su fin y el balance de
bajas es aterrador. El número preciso de muertos se desconoce, pero las cróni-cas
hablan de 30.000. Más exacta es la cifra de prisioneros, unos 8.000, que
serán convertidos en esclavos. Son liberados asimismo unos 12.000 galeotes
cristianos.
Demos gracias a Dios
Sobre las dos de la tarde de aquel 7 de octubre de 1571, en una cámara del
Vaticano, Pío V recibía el informe de su tesorero, monseñor Busotti. El papa le
interrumpe, abre una ventana y se queda absorto, como escuchando el silencio.
Se vuelve y le dice: «No es hora de tratar de negocios. Demos gracias a Dios
por la victoria sobre los turcos» (la noticia llegó al Vaticano diecinueve días
después de esta revelación del papa). Este suceso se puede admirar en el cuadro
anónimo que preside una de las salas de nuestro Museo Naval de Madrid.
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