450 ANIVERSARIO DE LA BATALLA NAVAL DE LEPANTO
sus galeras, antipatía que venía de atrás y que ensombreció el ambiente entre
los aliados, por lo que Juan de Austria nombró al efecto a Luis de Requesens.
El día 2 de octubre, al levar anclas se produjo una riña entre marineros de una
galera veneciana y soldados italianos de los embarcados por orden de Juan de
Austria en las galeras venecianas, que Veniero había admitido con reticencia.
Tras un leve incidente, en un ambiente con los ánimos a flor de piel, el capitán
Muzio, que mandaba a los soldados, hizo causa con su gente contra Andrea
Calergi, capitán de la galera, llegando a correr la sangre. Ante el tumulto
acudió Veniero y ordenó ahorcar a Muzio en el acto. El suceso produjo gran
indignación, en primer lugar a Juan de Austria, ya que el irascible Veniero
debería haber puesto el hecho en conocimiento del capitán general de la Liga
para que se hiciese justicia. Se celebró un consejo de guerra de generales, en
el que el primero que asumió la palabra fue el comendador mayor, Luis de
Requesens, que expresó que el príncipe debía imponer a Veniero un castigo
ejemplar; pero hacerlo en ese momento era muy difícil, pues se hubiera desen-cadenado
un grave conflicto a bordo. Juan Andrea Doria era partidario de
hacer retornar a España la armada y dejar solos a los venecianos. Pedro Fran-cisco
Doria era de la misma opinión. Cuando le tocó el turno al marqués de
Santa Cruz, que fue el quinto en hablar, dijo que de ninguna manera convenía
regresar y suplicaba que se tuviese en consideración el trabajo que había
conducido a organizar aquella armada; además, el rey y el dux de Venecia
estaban a la espera de los acontecimientos de aquella jornada y creía que no se
cumplía la obligación encargada al príncipe regresando solo porque el general
de los venecianos hubiera hecho un disparate. El castigo se podría posponer
para más adelante y la armada se debía preparar para el día de la batalla; y con
esto no podía haber pendencias, pues si supiese el enemigo que nuestra escua-dra
se retiraba, la atacaría y sería posible que se perdiese, porque en grandes
flotas, poco desconcierto era mucho, y sería posible tenerlo. Se perdería la
reputación, y suplicaba al príncipe que siguiese adelante, pues Dios le daría
la victoria.
Cuantos le apoyaron en el voto le dieron la razón —el conde de Priego, Gil
de Andrade, Miguel de Moncada, Juan Vázquez Coronado— e hicieron mayo-ría.
A ellos se sumó Marco Antonio Colonna, general de la escuadra pontifi-cia.
A las cuatro de la madrugada acabó el consejo y Juan de Austria dijo con
gran resolución: «Adelante, sigamos el parecer del señor marqués», que
además había añadido que debían partir muy temprano, formar la línea de
batalla en las bocas de Lepanto, 15 millas afuera, esperar dos horas y, si no
salían los turcos, disparar toda la artillería y volverse. Veniero fue sustituido
por Barbarigo en el mando del ala izquierda de la escuadra veneciana.
También los turcos habían celebrado un consejo de generales una vez que
regresaron los barcos de Coron. Aunque Mehmet Bey había traído refuerzos,
ante el temor que ofrecían las noticias logradas de los exploradores sobre el
artillado de las galeras y, sobre todo, de las galeazas, Uluj Alí, Petrew-Pachá,
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