450 ANIVERSARIO DE LA BATALLA NAVAL DE LEPANTO
Ese vacío de poder que dejaron las dos principales potencias mediterráneas
lo aprovecharon los corsarios, y durante un largo período dos enclaves tuvie-ron
un gran protagonismo: Argel, principal foco de los corsarios berberiscos,
y Malta, capital de los «corsarios de la Cruz».
Nuevo intento para tomar Argel
En 1601, Felipe III organizó una gran flota que se concentró en Mallorca,
formada por las galeras de España, Génova, Nápoles, Sicilia, Malta, el papado
y la Toscana, totalizando 74 naves y barcos auxiliares que transportaban más
de 10.000 soldados. Los informes proporcionados por los espías comunicaron,
una vez más, que muchos de los cautivos cristianos se rebelarían al realizarse
el ataque. La flota partió a mediados de agosto; funcionó el efecto sorpresa,
acompañó el clima y el 1 de septiembre las naves se presentaron ante la rada de
Argel, completamente desprevenida. El plan consistía en entrar directamente al
puerto (que estaba vacío) y asaltar la muralla pero, de forma inconcebible y
contra la opinión del resto de mandos, el almirante Juanetín Doria no se atrevió
a ejecutarlo. Poco después dimitió, pero el mal ya estaba hecho.
En 1603, Inglaterra proclamó el fin del corso y muchos piratas marcharon
a Berbería formando la «piratería anglo-turca», una alianza de protestantes y
musulmanes que con la excusa de combatir el catolicismo buscaban enrique-cerse.
Ese mismo año se inició el apogeo de la piratería berberisca tras la
expulsión de 300.000 moriscos de España. Destaquemos a los de Hornachos
(Extremadura), que camino al destierro engrosaron sus filas con marineros
andalusíes y fundaron la pirática República de Salé. Desde ese enclave, al
norte de Rabat, sus corsarios asolaron el tráfico marítimo que transcurría por
aquellas aguas.
El Levante español continuó despoblado por los «moros en la costa»
Con el siglo XVIII, la piratería, lejos de decrecer, se mantuvo e incluso
aumentó en algunos períodos, como en la Guerra de Sucesión en que perdi-mos
Orán, recuperado en 1732 con la expedición de Montemar.
Las tierras del Levante peninsular continuaron despobladas y sin cultivar
por el temor de los asaltos de los berberiscos. Las poblaciones costeras se
habían retirado al interior, construyendo nuevos pueblos a unos siete kilóme-tros
de la costa, para que los asaltantes no pudieran recorrer fácilmente ese
trayecto en una jornada, dar el golpe y regresar a bordo con el botín.
Testigos de aquel tiempo son las numerosas localidades asentadas tierra
adentro con el mismo nombre de sus homónimas de la costa. Por ejemplo:
Premiá de Dalt y Premiá de Mar, Arenys de Munt y de Mar, Vilassar de Dalt y
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