450 ANIVERSARIO DE LA BATALLA NAVAL DE LEPANTO
mente a Chipre. Los venecianos estaban decididos a atacar a la Armada turca,
muy superior, pero Juan Andrea Doria, el genovés al servicio de España, con
una mayor experiencia, aconsejó realizar una inspección de la Armada dispo-nible
antes de iniciar la marcha. Cierto es que esta decisión retrasó la partida,
pero permitió conocer que las galeras venecianas, como se sospechaba, no
tenían las tripulaciones al completo. El asedio a Nicosia, la capital de la isla,
persistía y con la ayuda de refuerzos sacados de las dotaciones navales turcas
de bloqueo, el 9 de septiembre cayó, pasando los turcos a asediar otra ciudad,
Famagusta que, tras una feroz resistencia, también fue rendida. De hecho, se
hubo de abandonar Chipre. Más tarde caerían Creta y sus postreros territorios
en el Egeo. Por eso, decidió unirse a la Santa Liga de 1571. Pese al éxito de
Lepanto, intentó recuperar los territorios perdidos pero no lo logró. Firmó, no
obstante por su cuenta la paz con los otomanos en 1573, como veremos más
adelante.
Los Estados Pontificios, a cuyo frente estaba el papa como jefe espiritual
de la cristiandad, tenían buenas razones para unirse a la Santa Liga. Pío V,
225.º pontífice de la Iglesia Católica y soberano de ellos entre 1566 y 1572,
impulsó con ardor e ímpetu la creación de la confederación. Desde su ascenso
al solio pontificio, sus actuaciones ponen de relieve su comprometida lucha
por la fe, destacando una inusitada constancia en la reforma intelectual, moral
y espiritual de la Iglesia, al igual que un denodado esfuerzo por hacer cumplir
escrupulosamente los decretos tridentinos, destituyendo de sus oficios o
recluidos en el castillo de San’t Angelo los eclesiásticos que no los practica-ran.
En la curia romana combatió la venalidad, suprimió la simonía, examinó
con prudencia a los confesores de Roma, promovió la enseñanza del catecis-mo
en todos los niveles sociales y luchó para eliminar la inmoralidad, los
excesos festivos, el adulterio y el concubinato. Igualmente, favoreció la
censura editorial y puso en manos de la Inquisición romana la represión de
la hechicería, el ocultismo, la astrología y los sortilegios. Por la bula papal In
coena Domini, promulgó la superioridad de la Iglesia de Roma y de su prócer
visible por encima de todos los poderes civiles, declaró hereje a Isabel de
Inglaterra (bula Regnans in Excelsis) y sufragó con cargo al erario apostólico
la intervención de la Iglesia en los conflictos contra los hugonotes en Francia
y frente a los protestantes germánicos que habían abrazado la causa de Lutero.
Con todos estos compromisos, no es de extrañar que fomentara las capitu-laciones
de la Liga Santa, determinando los recursos humanos, económicos y
militares con los que habían de concurrir cada uno de los participantes. Teme-roso
del avance turco, tenía en mente el fracaso de la Liga anterior de 1538-40
y predominaba cierto escepticismo, pero actuó con una decisión y un empuje
decisivos. Logró, asimismo, el deber de los aliados de socorrer a cualquiera de
los miembros de la coalición que se viese arremetido por los otomanos, en
especial si las zonas en riesgo eran las de la Santa Sede. Como estipulación de
expiación para quien no atendiese sus compromisos de coaligado, el pontífice
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