450 ANIVERSARIO DE LA BATALLA NAVAL DE LEPANTO
ras, salvo algún imprevisto o circunstancia especial. Pero nada impedía a la
flota otomana disponer de aquellos buques, de aquellos cañones y de adies-trarse
en las nuevas tácticas de lucha, nada salvo la propia decadencia del
imperio.
Lo más significativo de aquellas derrotas y hasta humillaciones turcas resi-dió
en dos hechos fundamentales: primero, que tuvieron como escenario prin-cipal
aguas que hasta hacía bien poco eran consideradas perfectamente contro-ladas
por su flota, y segundo, y no menos importante, que fueron infligidas no
por una buena parte de las inmensas fuerzas de la Monarquía Hispánica, sino
solo por la escuadra de uno de sus virreinatos. Más que los combates perdidos
o las bajas en cada uno de ellos, tales hechos muestran el grado de la decaden-cia
naval otomana.
Un significativo epílogo
En el resto del siglo XVII los marinos otomanos se limitarán a un intento
defensivo que fracasará ante la también declinante pero todavía relativamente
boyante flota veneciana, para caer en el siglo XVIII y en el mar Negro, hasta
entonces en sus manos, ante la joven Marina de los zares rusos.
Pero además hubo un episodio que recordaba viejas situaciones y reverde-cería
viejos laureles hispanos: en 1716, y en uno de sus últimos intentos de
expansión, el Imperio otomano volvió a atacar a Venecia en el Adriático.
De nuevo los plañideros venecianos suplicaron el auxilio de toda la cris-tiandad,
de nuevo medió el papa y de nuevo acudió en su ayuda España,
enviando seis navíos al mando de Esteban Mary y cinco galeras con Baltasar
de Guevara a la cabeza.
Asediaban por entonces los turcos a Corfú, con un ejército de 33.000
hombres y numerosa escuadra, todos al mando de Dianum Codgia, que
comenzó el asedio en julio de ese año.
Mucho se habla y se debate ahora sobre la memoria histórica, pero si es
cierto que tal cosa existe los otomanos demostraron tenerla excelente, pues al
avistar a los españoles el 18 de agosto decidieron no tentar de nuevo a la suer-te
y levantar inmediatamente el sitio, dejando sobre el terreno como botín
nada menos que 56 cañones y ocho morteros, aparte de tiendas, provisiones y
equipajes, tan precipitada fue su retirada.
Los jefes españoles insistieron al almirante veneciano, Andrea Pisani, que
el mejor plan para explotar el casi incruento éxito era perseguir y acabar con
el desmoralizado enemigo. Pero los siempre precavidos y sinuosos venecianos
decidieron que lo importante era recuperar las plazas de Butinto y Santa
Maura, por cierto, bien cerca de los lugares donde se libraron Préveza y
Lepanto.
398 Agosto-septiembre