450 ANIVERSARIO DE LA BATALLA NAVAL DE LEPANTO
que el gran maestre de la orden pidió a Carlos V que les concediera una here-dad
donde establecer su morada y les cedió la soberanía de la isla a eternidad.
Supuestamente, los caballeros de la Orden les habrían regalado al emperador,
a cambio, un halcón con incrustaciones de piedras preciosas de inmenso valor,
algo que jamás vio el soberano, pues el barco en el que era transportado fue
atacado por piratas y nunca se localizó. Es más probable pensar que nunca
existiera esa pieza y que, en realidad, lo que enviaban anualmente los caballe-ros
de Malta al rey de España era un verdadero y real halcón maltés, una
contribución figurada por dicha cesión. Estaban preparados para enfrentarse a
los otomanos cuando, en el verano de 1570, los turcos iniciaron una invasión
a la isla de Chipre con 60.000 hombres bajo el mando de Lala Mustafá Pachá,
bey de Damasco, desembarcando el 2 de julio y sitiando Nicosia, que cayó el 9
de septiembre. Este hecho fue sentido con estupor generalizado en toda la
cristiandad. Otra ciudad de la isla, Famagusta, resistiría casi un año más, pero
también fue rendida, como ya se ha señalado con anterioridad. Ahora más que
nunca, las negociaciones de preparación de una Santa Liga se hacían más
reales y Malta estaba dispuesta a participar en ellas.
Por su parte, la República de Génova tenía también buenas razones para
sumarse a la coalición, especialmente desde los años 30 en que se unió defi-nitivamente
al destino de la Monarquía Hispánica. Pero no siempre fue así.
Desde el siglo XIII mantenía una gran rivalidad comercial y cultural con
Venecia. Es cierto que el apoyo genovés a la recuperación de Constantinopla
en 1261, le facilitó el libre comercio en el Imperio bizantino y la renuncia de
puertos en asientos en el mar Egeo —las islas de Quíos y Lesbos—, así como
la ciudad de Esmirna. Más tarde conquistó numerosos establecimientos en
Crimea, convirtiéndose junto a Pisa en los únicos gobiernos con derechos
mercantiles en el mar Negro, aumentando Génova, de esta manera, su poder
en detrimento de Venecia y de Pisa, algo que estos estados no estaban
dispuestos a tolerar, en especial esta última. De manera que genoveses y
pisanos se prepararon para la guerra, siendo el resultado la derrota de estos
y con ella su decadencia, al no volver a rivalizar más con Génova, que prosi-guió
su expansión hacia Sicilia y el norte de Berbería, estableciendo enclaves
comerciales también en las costas del Atlántico. De hecho, el levantamiento
de los sicilianos contra la autoridad francesa de los Anjou favoreció que la
isla pasara a los aragoneses quienes, como habían sido apoyados por Génova,
recibieron la garantía de comerciar libremente en la isla y que los banqueros
genoveses obtuvieran beneficios a través de los préstamos a la nobleza sici-liana.
Sin embargo, su otro gran enemigo, Venecia, y la larga guerra que sostu-vieron
ambos, acabó en el inicio el declive del Estado genovés, perdiendo el
ascendiente naval del que había disfrutado y dejó de ser el origen de su fuerza
y de la posición dominante en el norte de Italia. Por otro lado y, al igual que
ocurriera con Venecia, la cada vez mayor fortaleza del Imperio otomano,
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