450 ANIVERSARIO DE LA BATALLA NAVAL DE LEPANTO
es su estilo limitarse a hacer lo
preciso de su deber. Aunque
no guste a los mercaderes
sevillanos, sus galeras son
necesarias también en otros
lugares. El rey cuenta con
ellas para acciones tan nota-bles
como el socorro a Orán,
la conquista del peñón de
Vélez y el cegamiento del río
de Tetuán.
Los hechos meritorios se
suceden, pero donde se multi-plica
el prestigio de Álvaro de
Bazán es en el socorro a
Malta. Mientras otros vacilan,
el plan que él propone, simple
y audaz —elegir las 60 mejo-res
galeras para llevar a tierra
el ejército que había de levan-tar
el sitio, evitando el enfren-tamiento
con las galeras
otomanas, muy superiores en
número—, es el elegido por
García de Toledo para dar
apoyo a los pocos caballeros
de la Orden que todavía se
Estatua de Álvaro de Bazán en Viso del Marqués.
(Fotografía facilitada por el autor)
defienden. A las dudas de otros grandes marinos, Álvaro de Bazán responde
con una lección que dice haber aprendido de Horacio: «En las empresas,
después que se han pesado bien las circunstancias, siempre hay que dejar algo
a la fortuna». Lección, por cierto, muchas veces olvidada.
Los repetidos éxitos de Álvaro de Bazán relanzan su carrera. En 1568, al
tiempo que Juan de Austria releva a un cansado García de Toledo como capi-tán
general de la Mar, Felipe II nombra a Bazán capitán general de la Escua-dra
de Galeras de Nápoles. Es un ascenso importante que llega en tiempos
difíciles. Por propia iniciativa, el nuevo general vuelve a la Península y apoya
a las fuerzas de tierra en la guerra contra los moriscos sublevados en las Alpu-jarras.
Es la primera ocasión en la que combate a las órdenes de Juan de
Austria y ambos se muestran satisfechos. Encajan bien el experto marino y el
bisoño príncipe.
De vuelta en Nápoles, Álvaro de Bazán aprovecha su experiencia como
armador para rehabilitar su escuadra, poniéndola a la altura de lo que en
Lepanto se va a exigir de ella. Son muchos los que piensan que las galeras
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