EL ASCENSO DEL IMPERIO
OTOMANO
David GARCÍA HERNÁN
Catedrático de Historia Moderna
de la Universidad Carlos III de Madrid
N efecto, tal y como remarcan las fuentes, tanto de
la propia época como de lo mucho que se ha escrito
sobre el tema por los historiadores en los cuatro
siglos y medio que nos separan del hecho decisivo
de Lepanto, una gran amenaza se cernía sobre la
cristiandad con el ascenso del todopoderoso Impe-rio
otomano. De hecho, se podría decir que, en
realidad, a lo largo de la historia de todas las
épocas, ha sido el único imperio de origen asiático
que ha amenazado la Europa Occidental; algo ya,
de por sí, bastante singular.
Como singulares eran también otras característi-cas
de este gran poder que venía de Oriente y que,
en el otoño de la Edad Media, ya presagiaba una nueva época de luchas y
enfrentamientos en el Mediterráneo. No era la menor de esas singularidades
su disposición geoestratégica, tan importante o más que su creciente expan-sión
desde comienzos del siglo XIV. Estaría situado entre los tres continentes
conocidos hasta ese momento a este lado del Atlántico: Asia, África y Europa,
con todo lo que eso suponía de contacto de múltiples corrientes políticas,
económicas, sociales y culturales. Y además, tanto por su posición geográfica
como por sus fundamentos jurídicos y su idiosincrasia no se situaba, como
veremos, en la línea de los imperios islámicos.
Un imperio en expansión
El origen del Imperio turco se encuentra en el pueblo guerrero de los
turcos osmanlíes, unas tribus nómadas que se habían emplazado al noroeste de
Anatolia debido al empuje producido por la expansión de los mongoles. Los
otomanos u osmanlíes, islamizados en el siglo XIII, serán, con el tiempo, la
nueva fuerza del islam en detrimento de árabes y bereberes. Osmán fue el
fundador de la dinastía, ya que era un gazí o guerrero de la fe, de la fe suní
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