450 ANIVERSARIO DE LA BATALLA NAVAL DE LEPANTO
islámicos. Ahora bien, no hubo por parte de la autoridad islámica una clara
política de islamización a la fuerza de las poblaciones judía y cristiana. El
porcentaje de jenízaros (tropas de elite reclutadas a base de cautivos cristia-nos)
era ínfimo, comparado con la población total cristiana del imperio.
Por otro lado, su efectivo sistema de administración civil se completaba
muy bien con su sistema de movilización de recursos para la guerra, incluso
por encima de los complejos métodos de asientos y de reclutamiento cristia-nos.
Hay que destacar aquí el devshirme, que gestionaba la incorporación de
jóvenes no turcos al ejército, permitiéndoles incluso que llegaran a altos pues-tos
del propio ejército o de la política.
Los más renombrados soldados turcos eran esas tropas de asalto llamadas
jenízaros, que ascendían a unos 12.000 en el siglo XVI. Cristianos cautivos en
su origen, como se ha dicho, se habían educado para la guerra en el palacio
del sultán y eran, junto con los tercios españoles, las fuerzas escogidas más
importantes de entonces en todo el mundo. Por sus servicios, podían ser
recompensados con un timar (dominio territorial) y tenían la posibilidad de
ascender a los puestos más altos de la administración.
Los llamados siphais eran también fuerzas de choque, esta vez de caballe-ría,
que tenían sus propios cuerpos de ingenieros y de artillería; y, desde
luego, muy compactas y efectivas.
Tanto los jenízaros como los siphais eran llamados los askeri (soldados y
oficiales que estaban exentos del pago de impuestos), que empuñaban armas
que nada tenían que envidiar a las de los cristianos. Incluso, los arcabuces de
los turcos eran de cañón más fino, pero mucho más alargado, lo que les hacía
tener una cierta mayor precisión en los disparos lejanos. Las armas que no
eran de fuego carecían del inmenso potencial de la pica española, pero los
alfanjes y sables turcos estaban entre los mejores aceros del mundo. Y, sobre
todo, hay que destacar a los arqueros, que se constituían en el arma más masi-vamente
empleada por el ejército otomano.
Por otro lado, los turcos comprendieron pronto la importancia de la artille-ría
y la utilizaron con profusión. Como sus conocimientos técnicos no eran lo
suficientemente avanzados, los sultanes reclutarían especialistas alemanes,
que suministraron estas terribles armas tanto al ejército como a la Armada.
Esta última, para su navegación en el Mediterráneo y mares adyacentes utili-zaba
la galera. El número de estas embarcaciones fue creciendo a lo largo del
siglo XVI hasta una cantidad verdaderamente impresionante (se podían llegar a
juntar más de 300 galeras para una operación), por los recursos que tenía el
imperio. La base naval por excelencia era Gallípoli, y su gobernador ocupaba
también el puesto de gran almirante de la Marina imperial.
De esta forma, el Imperio otomano podía presentar en los campos y mares
de batalla una máquina de guerra que, en la mayoría de las ocasiones, era muy
superior a la de sus enemigos potenciales. Y, en muchas ocasiones, cuando los
turcos habían dejado atrás los métodos medievales, sus enemigos se encontra-
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