Salas de «briefing». Unas aulas increíbles. Incluso
el mítico radar meteorológico ruso cuya esfera
blanca sobre el tejado del edificio constituía todo un
símbolo.
Los aviones para la instrucción eran los mejores. Hoy en
día lo seguirían siendo. Todos Beechcraft. Los Rolls Royce
de la aviación ligera, como los definíamos cuando se los en-señábamos,
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llenos de orgullo, a algún visitante. Todo un luja-zo.
Bonanzas, Barons, C-90´s. En ellos hacíamos 750 horas
de vuelo.
El profesorado a nuestra disposición hoy en día sería impa-gable.
Me gustaría mencionar alguno de ellos. Como nuestro
querido D. Manuel Ledesma. ¿Quién no conoce en nuestro
mundo su libro de meteorología? ¿Quién no ha descubier-to
en él su enigmático diagrama de Stüve y su inseparable
adiabática seca? Aquellos chascarrillos físicos que también
adornaba con su dialéctica salmantina. Como aquella historia
increíble de una nevada producida dentro de un palacio ruso
durante una celebración en la que, al abrir las ventanas para
sofocar el calor de los abarrotados salones y entrar el frío
aire del invierno estepario se produjo una precipitación en
forma de copos de nieve… Quien no iba a recordar para toda
la vida cual era el principio de la precipitación.
O cuando D. Manuel se presentaba en la clase con la cor-bata
por fuera de su suéter azul y nos explicaba que la cor-bata
era un símbolo fálico y puesto que el director no se
encontraba ese día en la escuela él era el jefe de la manada y
se la sacaba; metafóricamente.
O cuando le veíamos conducir su coche con unos guantes
blancos y nos contaba que se los ponía en los días de niebla,
muy habituales en Matacán, porque si no se le perdían las
manos en el volante...
Descubrimos la mecánica de vuelo entre los cientos
de fórmulas que desarrollaba Pereña en la pizarra
Algunas veces se perdía, se alejaba algunos metros como
para tomar perspectiva de la situación y volvía al ataque. Las
«mates» y la física estaban en manos de Navarrete. Profesor
de física de la Universidad de Salamanca. Lo recuerdo como
un gran profesor que nos hizo comprender y querer lo que
nos explicaba. Había otros muchos profesores queridos por
todos que intentaban con ahínco infundirnos toda su sapien-cia
en inglés, navegación, derecho, química, electrónica, mo-tores,
etc. Menos costura, dimos de todo.
Los «protos» eran profesionales expertos. Difícilmente una
escuela podría tenerlos a su disposición hoy en día. De los
que yo tuve guardo un recuerdo magnífico.
De los primeros vuelos recuerdo que nunca había pensado
que Castilla tuviera tantos pueblos y tan iguales. Las iglesias
no eran parecidas; eran la misma. Todos tenían el mismo río
esmirriado, las mismas carreteras. ¡Qué difícil es navegar sin
GPS! En los vuelos por España descubrías que realmente
tenía forma de piel de toro. En un día de vuelo te recorrías
medio país. Rías, cordilleras, mesetas, el Atlántico, el Medite-rráneo.
Un país precioso para sobrevolarlo.
Finalmente nos tocó volar la C-90 y con su cabina presuri-zada,
los vuelos transoceánicos a las islas Baleares. Recuer-do
un viaje a Palma de Mallorca con el director de la ENA,
que por aquel entonces era Enrique Villán, excomandante de
Spantax y muy buena persona. Estaba muy desentrenado,
prácticamente no volaba nunca y haciendo el ILS a la 24 de
Palma, lo iba cosiendo sin piedad pero para hacerle la pelota
cuando por casualidad se cruzaron el LOC y la GS le di el
call-out «En senda y localizador». Para nuestra tranquilidad
cuando estábamos cerca del suelo levanté los ojos y… en
visual como toda la vida. Eso no se olvida.
En esos años aprovechaban nuestros vuelos de
instrucción para el transporte de autoridades
políticas con la C-90 y la A-100
La prueba final del Comercial de Primera para mi compa-ñero
Alberto Castaño y para mí consistió en un vuelo LE-SA-
LEAS-LEMD llevando al Sr. Borrell, en aquel momento
secretario de Estado de Hacienda. Que además es ingeniero
aeronáutico. El hombre se sentó en el trasportín y asistió
encantado a nuestra aproximación en Barajas en una tarde
llena de tormentas de las que ponen los pelos de punta.
Seguramente ajeno a la tragedia que se le podía avecinar se
bajó del avión como un Pepe sin saber que los que le pilota-ban
eran los comerciales de primera más inexpertos del país
en ese momento.
No quiero dejar de acordarme de todos aquellos que per-dieron
sus vidas en la Escuela Nacional de Aeronáutica.
Quizá fueron demasiados o quizá fue el precio, siempre
caro, que un aprendizaje como el nuestro lleva implícito. De
nuestra promoción Manolo Rayón, Javier Fuster, Eduardo
del Valle de Dou con su proto, Guti. En la aviación moderna
los factores de riesgo afortunadamente tienden exponencial-mente
a desaparecer y es precisamente en la formación del
piloto comercial donde debe comenzar ese aprendizaje.
Con los años de profesión a mis espaldas, que son ya 25
en líneas aéreas, he comprobado lo importante de una buena
formación para convertirnos en los buenos profesionales que
el sector demanda. A pesar de lo que mucha gente cree la
aviación comercial, lejos de simplificarse, requiere hoy más
que nunca de muy buenos profesionales. Quizá la pericia ne-cesaria
de antaño vaya disminuyendo en favor de una ges-tión
de vuelo más compleja, en economía, seguridad, gestión
de recursos, gestión de tripulación, gestión de pasaje. Pero
la formación en vez de tender a buscar la excelencia ha ido
encaminada hacia su abaratamiento y como consecuencia,
el empobreciendo, desde mi punto de vista, de la calidad.
El 21 de diciembre de 1978 el periódico ABC publicó un
artículo hablando de la ENA donde decía que el precio de
la formación por alumno era de 8 millones de las antiguas
Remolque que albergaba el Radar para GCA
Baron en clase de vuelo