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aurora, ya que los organizadores no querían devolver el im-porte
pagado para presenciar la exhibición y hasta hubo de-tenciones.
El rey dispuso que días más tarde, el 14 de julio,
se celebrara una nueva ascensión, pero esta vez al aire libre
(Plaza de Oriente). De nuevo fracasó y ya se desvanece en
la memoria, las hazañas de este pionero de la aerostación,
romántico e infeliz.
Mariano José de Larra, respecto a estas elevaciones escri-bía
en «La Revista Española» en 1833 lo siguiente: «No nos
habíamos equivocado al anunciar para la tarde del domingo
28 del corriente la ascensión aerostática de don Manuel Gar-cía
Rozo. La más brillante concurrencia, llamada al parterre
del Retiro por los anuncios que públicamente se habían fija-do,
nos presentaba, en uno de los más amenos sitios de esta
capital, reunida la parte escogida de la población: la hermo-sura,
la gracia, las brillantes y peregrinas galas de nuestras
madrileñas, el lucimiento de la reunión y la presencia, sobre
todo, de Sus Majestades y Altezas, que se dignaron honrar
esta función, hacían de ella una de las más vistosas y solem-nes
que pueden verse en un gran pueblo».
…Desgraciadamente, «en vano esperó el público, ansioso,
en la tarde del 28 la prometida ascensión: Rozo ponía en eje-cución
todos sus medios posibles: el globo, sin embargo, no
llegó nunca a henchirse. ¿A qué atribuir esta rara coinciden-cia
de desaires en un punto solo del orbe?
Si se nos demuestra que un aeronauta que ha dado prue-bas
de conocimiento y valor en sus anteriores ascensiones,
ejecutadas en varios puertos de mar, en uno de ellos en pre-sencia
de un príncipe augusto, hermano de nuestro amado
rey, puede tener algún interés en abusar de la credibilidad
de un Soberano justo y de un pueblo; si esto se nos puede
explicar y probar, convendremos con las hablillas del vulgo
ignorante, que no ve en todo sino malicia y artería».
Pero Cádiz quiere seguir participando en la Historia de la
Aerostación. En 1847, publica Modesto Lafuente el «Viaje
aerostático de Fr. Gerundio y Tirabeque» donde se da cuenta
de las principales ascensiones aeronáuticas realizadas desde
los tiempos más antiguos hasta dicha fecha, de los diferen-tes
inventos para navegar por los aires, del perfeccionamien-to
de los globos aerostáticos, etc. Es, en la última parte del
libro, donde se describe la ascensión del Sr. Montemayor,
que a la sazón tenía en vilo a toda España.
Cuenta Lafuente como don Pedro Montemayor, abogado
y vecino de Medina Sidonia (Cádiz) elevó una Memoria a la
Reina Isabel II, exponiendo sus ideas acerca de una máquina
voladora que había inventado y que pensaba construir para
llevar a cabo el viaje de Cádiz a Madrid por los aires. Además
le expone a S.M. que: «después de diez años de asiduo tra-bajo
y de repetidas experiencias, ha encontrado resolución
al problema de la navegación atmosférica, por medio de una
máquina muy sencilla a la que llama «Eolo», «porque con ella
la gravedad vence al viento...». Implora a la reina para que
haga igual que en el siglo xvi, una reina antecesora suya que
costeó la expedición de otro atrevido navegante (Colón). «No
se pide ahora tanto, señora, pues con menos de 15.000 pe-sos
fuertes se puede construir un Eolo armado con dos caño-nes
a cuatro giratorios, sin que por eso se pierda nada de su
velocidad». La idea era llegar «navegando desde Cádiz a Ma-drid,
y atracando en el balcón principal de ese real palacio...».
Tres años más tarde en 1850, hay constancia de que el
inventor continuaba la construcción de su «Eolo». Un año
después todavía se tienen noticias de su existencia ya que
un periódico de la época decía: «continúa con la mayor
actividad en Valverde (Fuencarral) los trabajos para la cons-trucción
del Eolo del Sr. Montemayor...» Efectivamente, este
dirigible se estaba construyendo en una iglesia vacía de Val-verde,
cerca de Madrid. El inventor y su invento, gracias a
sus influencias, aparecía constantemente en los periódicos
de Madrid. En «El Clamor» se decía en mayo de 1851, que el
inventor proporcionaba trabajo a muchas familias del pueblo
en sus talleres de carpintería, herrería y cestería. Un incendio
estuvo a punto de acabar con el dirigible de Montemayor. Es
curioso constatar que a partir de 1852, las referencias sobre
dicho invento van disminuyendo hasta desaparecer comple-tamente.
Ascensiones de un francés en Cádiz y provincia
Asimismo en 1847 llegó a Cádiz el aeronauta francés Fran-cisco
Arban que iba a realizar una ascensión en globo.
Se anunció el espectáculo para el domingo 26 de diciembre
de ese mismo año en la Plaza de Toros. Se inició la ascen-sión
a las tres de la tarde con fuerte viento que le dirigió ha-cia
Medina Sidonia. Ya no se supo nada de él hasta 56 horas
después, que el alcalde de Los Barrios (Algeciras) informó
que a las cinco menos cuarto descendió el globo en el sitio
de Las Llamadas. Allí acudieron para auxiliarle una mujer
(Isabel Camacho Herrera) y los ganaderos Juan Soto y Juan
Gavira. Al día siguiente en el vapor Primer Gaditano marchó
desde Algeciras a Cádiz.
Repitió M. Arban la función el día 1 de enero de 1848, as-censión
que resultó todo un éxito descendiendo en el térmi-no
de Chiclana.
La segunda mitad del siglo xix, constituye una etapa his-tórica
de la aerostación-espectáculo, más próxima al circo
que al deporte. También podemos destacar en esta época el
abundante protagonismo femenino, donde destacan con luz
propia nombres como los de la francesa Bertrance Sanges
que realizó elevaciones, en 1850, en La Coruña y Cádiz, don-de
estuvo a punto de perecer al caer su globo al mar ante
toda la ciudad que la contemplaba desde la muralla.
Pero es a partir del año 1851, cuando comienza a dudar-se
de la posibilidad de la navegación aérea en la forma en
que lo pensaba realizar el Sr. Montemayor. No se sabe el
porqué de la inquina del «único redactor de La Antorcha»,
Sr. Luciano Martínez, hacia el inventor, pero es el caso que
numerosos periódicos, se suman al bando del primero y se
generaliza una batalla en su contra en casi toda la prensa
madrileña.
Se sabe que la «aeronave» no salió de su hangar, y que
por lo tanto don Pedro Montemayor pasó a formar parte de
la lista de soñadores desengañados que llenan los primeros
tiempos de la Historia Aeronáutica.
Montemayor, meses antes había pronunciado en el Ateneo
de Madrid, una conferencia sobre globos y parece ser que el
relato no agradó ni a sabios ni a ignorantes. La finalidad de
esta charla era convencer al público de que con su invento
era posible volar de Cádiz a Madrid en 10 horas. Como he-mos
visto, no tuvo éxito su proyecto y fue satirizado y criti-cado
por los periódicos de la época, y tan solo Bretón de los
Herreros en su poema «La Desvergüenza» se atreve a defen-derlo.
De cualquier forma, a partir de 1852, ya no se vuelve a
Cádiz en el siglo XIX tener noticias ni del Eolo ni de su inventor y constructor.