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Atlético Aviación
Juan F. Espejo Carrasco
Brigada del Ejército del Aire
Diplomado en Educación y Licenciado en Geografía e Historia por la Universidad Complutense.
Miembro Colaborador del CASHYCEA y de la Junta Directiva de la Asociación Amigos del Museo del Aire.
Hace poco más de ochenta años la lluvia caía con fuerza
en Salamanca. El personal de la Unidad 35 de Automó-viles
de Aviación dejaba pasar la tarde entre sus quehaceres
diarios y pendientes de las órdenes que se puedieran recibir.
En esos momentos el frente de guerra no se encontraba de-masiado
lejos, quizás demasiado cerca.
Corría el año 1937. Eran los años de la guerra. El 19 de
julio de 1936 los sublevados pese a una débil resistencia en
Ciudad Rodrigo y Béjar pronto se hicieron con el control de
toda la provincia incluida la capital. De forma espontánea se
crearon grupos de militares y civiles que se unieron a fuerzas
que provenientes de Valladolid se dirigían a Madrid.
El devenir de la guerra hizo necesaria la construcción de
un campo de vuelo cerca de Salamanca. Las precipitaciones
habían sido muy abundantes ese año y se habían descartado
como campos de vuelo algunos terrenos en la provincia por
haber quedado anegados. Así, en octubre de 1936, recién
comenzada la guerra, el teniente coronel Lecea acompañado
del soldado Luis Hernández, fueron a visitar unos terrenos
próximos a Salamanca conocidos como Matacán, en el mu-nicipio
de Encinas de Abajo, a unos veinte kilómetros de la
capital. Lo que comenzó como algo provisional acabó con-virtiéndose
en la Base Aérea de Matacán cuando, en 1940,
se le cedieron los terrenos al Ejército del Aire con la condi-ción
de ser utilizados también por el tráfico aéreo civil.
Por aquel entonces la Jefatura de los Servicios del Aire, la
que puede considerarse como el origen de nuestro Ejército
del Aire, estaba al mando del general Alfredo Kindelán y se
encontraba precisamente en la ciudad de Salamanca.
Establecido el aeródromo, las idas y venidas de los auto-móviles
y camiones a Matacán eran cada vez más frecuentes
con el fin de realizar tareas logísticas y de apoyo. Especial-mente
dedicada a esta misión estaba la Unidad 35 de Auto-móviles
de Aviación.
Aquella tarde de 1937 no era la perfecta para estar en la
calle jugando al fútbol, pero quizá el día siguiente sí lo fuera.
Esto es lo que pasaba por la cabeza de unos jóvenes oficia-les
que por su afición se dedicaron a buscar entre sus com-pañeros,
soldados voluntarios y de reemplazo, aficionados al
fútbol y con ganas de jugar encuentros de carácter benéfico
con otros equipos militares del mismo bando.
Eran tiempos de guerra. Eran tiempos duros. El deporte
servía como distracción o como aliciente en las zonas de
retaguardias. Las actividades deportivas, en este caso el
fútbol, se utilizaron para dar normalidad a la vida cotidiana y
en los frentes de la contienda fue uno de los pocos alivios en
una guerra fratricida.
El alférez Francisco Salamanca, el teniente González Con-licosa
y el capitán Trujillo fueron los artífices de que aquel
equipo formado por unos aficionados al fútbol se convirtiera
a mediados de 1937 en el Club Aviación Nacional, nombre
con el que decidieron bautizar a este proyecto. La iniciativa
de estos jóvenes oficiales se tradujo, con el paso del tiempo,
en una parte importante de la historia de unos de los equipos
de fútbol más representativos de España: el Atlético de Ma-drid.
Tras una serie de encuentros informales en tierras charras,
en ocasiones de carácter benéfico, en el verano de 1938, en
plena Guerra Civil española, la Unidad 35 de Automóviles
tuvo que trasladarse a Zaragoza debido a la nueva ubica-ción
del Cuartel General del bando nacional por la batalla del
Ebro.
La mayoría de los miembros de este equipo recién formado
se trasladaron hasta allí llevando consigo su afición y las ga-nas
de seguir jugando al fútbol. En la ribera del Ebro juegan
encuentros amistosos con el equipo de la ciudad, el Zarago-za,
y también con otros clubs del bando nacional, como el
Deportivo Alavés, el Racing de Santander y la Unión Club de
Irún entre otros.