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día de hoy: no existen tensiones graves, ni las minorías ruso-parlantes
parecen dispuestas a obedecer los dictados de Moscú (Kasekamp,
2015).
— Ciberataques contra entidades públicas y privadas. En 2007 Estonia
sufrió el conocido ciberataque contra su sistema bancario y diversas
instituciones del Gobierno, que fue más disruptivo que destructivo
(Kramer & Speranza, 2017: 8-9). Las agresiones en el ciberespacio no
son tanto herramientas coercitivas como medios que configuran el
entorno a favor de la coerción: ponen a prueba la respuesta y determinación
del adversario, advierten de los riesgos de una escalada y
respaldan operaciones de influencia (Jensen, Brandon & Maness,
2019: 216). Además de intimidatorios, los ciberataques son muy difíciles
de atribuir. En el caso de las acciones hack and leak son además
operaciones de influencia y de instrumentalización de problemas políticos
internos (hackeo de servidores de correo electrónico de partidos
políticos contrarios a los intereses de Moscú y difusión de contenidos
embarazosos mediante terceras partes). En fuentes abiertas, no se
constata el empleo del hack and leak en los procesos electorales de los
países bálticos, pero sí existen precedentes en las últimas elecciones
de Estados Unidos y Francia, con sospechas fundadas de autoría
gubernamental rusa, aunque, como es habitual, sin posibilidad de
confirmarlas con absoluta certeza (Greenberg, 2017).
— acciones agresivas de inteligencia. En el conflicto en la zona gris, las
actividades normales de inteligencia se intensifican e incluso se tornan
más agresivas. La contrainteligencia de los tres países bálticos ha
denunciado en diversas ocasiones las actividades de la inteligencia
militar rusa (GRU), de su servicio de inteligencia exterior (SVR) e
incluso del FSB, tanto dentro de sus respectivos países como entre los
nacionales que visitan Rusia, tratando de reclutar informadores entre
estos últimos (Piotrowski & Raś, 2016). Según las agencias de inteligencia
de Lituania, Letonia y Estonia, las actividades rusas van desde
la obtención de inteligencia sobre las fuerzas OTAN desplegadas en
estos países a la infiltración de sus propios servicios, pasando por el
reclutamiento de miembros de las minorías rusas y de nacionales que
en el futuro puedan actuar como agentes provocadores (Goble, 2018).
Por otro lado, diversos grupos del crimen organizado ruso vinculados
al narcotráfico, robo de coches, contrabando de tabaco y blanqueo de
capitales tienen presencia en los países bálticos (Juska & Johnstone,
2004; Loskutovs, 2016). Aunque podrían convertirse en un activo para
sus servicios de inteligencia y se ha constatado la relación de estos con
redes del crimen organizado, de momento su empleo como fuente de
información e instrumento de influencia no va más allá de la sospecha
(Galeotti, 2017).
922 Junio