UNIDADES INDÍGENAS EN EL MARCO DEL DESASTRE DE ANNUAL 159
de su inferioridad de medios, dispersándose a continuación para vivir como
el más corriente de los campesinos entre la tropa que acababa de atacar en
espera de nuevas ocasiones. Una forma de combatir que lo convertía en un
maestro de la guerra de guerrillas (Díaz de Villegas, 1930, pp. 23-26) y que,
sin llegar a ser una resistencia apreciable, es quizá la más engorrosa y que
más bajas nos cuesta en nuestras operaciones africanas (Berenguer, 1918).
No obstante, lejos de lo que pudiera parecer, el bereber rara vez iniciaba
un combate por sí mismo, su participación estaba supeditada a los
designios de la yemaa. Así, cuando había noticias de movimientos de tropas
por una cabila, la yemaa organizaba una harca, a la que cada uno de los
aduares que la conformaban aportaba un número determinado de hombres,
proporcional al número de habitantes, lo que constituía la idala o grupo
armado, generalmente formada por entre 50 y 300 hombres, conformando
varias idalas la harca, cuyo número podía sobrepasar los 1000 hombres,
según la entidad de la cabila, que se ponía al mando de un caíd nombrado
para la ocasión y se disolvía una vez finalizada la misión para la que había
sido organizada. De este modo, sin un jefe definido y con una organización
temporal, la harca carecía de cohesión, por lo que mientras las cosas iban
bien la agrupación se mantenía pero cuando sobrevenía un descalabro se
disgregaba, aunque en ocasiones, ante la falta de noticias o de tiempo para
dar la orden de organizar la harca, bastaba con que un notable hiciera correr
la voz para que el cabileño acudiera a impedir el paso de la columna, finalizando
el combate cuando esta rebasaba su posición.
Forjado en la violencia y en la guerra, el bereber era un apasionado de las armas,
a las que sabía sacar el máximo rendimiento. (Archivo familia Cerdeira)
Revista de Historia Militar, I extraordinario de 2021, pp. 159-212. ISSN: 0482-5748