396 CÉSAR LABARTA RODRÍGUEZ-MARIBONA
otros destinos, demostrando así que en ningún momento se plantea actuar a
espaldas de él.
Es posible que el empeño en fomentar la presunta rivalidad entre Silvestre
y Berenguer nazca de lo antagónico de las personalidades de ambos.
Dámaso Berenguer, con una hoja de servicios que nada tenía que envidiar
a la de Silvestre, era tomado por una persona reflexiva, meticulosa y, por
tanto, en exceso prudente y, al igual que Silvestre, tenía un profundo conocimiento
del terreno y de la idiosincrasia del rifeño. Cualidades, sin duda,
que le permitieron desarrollar una carrera política al tiempo que la militar,
gracias también a sus buenas relaciones con el gobierno, y en la que llega a
ser ministro de la Guerra en 1918. No sería aventurado decir que esta cercanía
al gobierno y su situación frente a la opinión pública era uno de los
principales motivos del alto comisario en su reticencia al uso de tropas de
reemplazo y a la ampliación de efectivos de estas, abogando siempre por la
creación de tropas indígenas y profesionales.
Quizá esa ambición profesional, probada más allá de la milicia, sea
su principal diferencia con Silvestre, a pesar del empeño mostrado por los
detractores de este en achacársela y sin que hubiese quedado demostrada a
causa de los acontecimientos.
Lejos de ser un problema, esta diferencia de carácter profesional entre
los dos no impide la consecución de buenos resultados, al complementarse
ambos perfectamente en el trabajo en equipo y haciendo, precisamente, de
las debilidades de cada uno virtudes en lo común. No debemos olvidar que
la personalidad de Silvestre era perfecta dentro de lo que buscaba Berenguer
que debía ser el responsable de la Comandancia General de Melilla, con iniciativa
suficiente para poder resolver los problemas tácticos que competían
bajo su mando.
Un somero y objetivo análisis de las comunicaciones entre Silvestre y
Berenguer no arroja causa alguna para asumir una relación tirante entre ellos.
Los posibles roces y tonos duros con los que a veces nos encontramos son
perfectamente achacables a una comunicación, no olvidemos, a distancia y en
la que son fáciles los malentendidos, como en el asunto de la reunión de Silvestre
con los franceses en enero de 1921, en el que se pierde la carta en la que
le solicita permiso para dicha reunión. Aunque no hay quien deja de juzgar las
resoluciones a estas polémicas como miedos y pasos atrás por parte del que
pide las disculpas, todas ellas se solventan rápida y satisfactoriamente, como
corresponde a dos personas que se tienen y muestran gran confianza.
Los datos con los que se cuenta, y obviando conjeturas inútiles, dan
a entender que no dejan de ser simples situaciones producto de una relación
profesional propia de compañeros que se respetan y compenetran y que no
Revista de Historia Militar, I extraordinario de 2021, pp. 396-412. ISSN: 0482-5748