384 CÉSAR LABARTA RODRÍGUEZ-MARIBONA
más allá de las lógicas discrepancias operacionales. Que algunas de las peticiones
de actuar de Silvestre fuesen rechazadas por su superior o que este
iniciase negociaciones con las que el comandante general de Larache no
estaba conforme no son significativas, en modo alguno, de que hubiese una
mala relación profesional entre ambos, como muchos autores se empeñan en
ver para reforzar la negativa personalidad de Silvestre. Analizando el pormenorizado
desarrollo de las operaciones que presenta un autor como Fontenla
Ballesta o la obra del Servicio Histórico Militar, podemos comprobar
que Silvestre acata en todo momento las órdenes de su superior, limitando
sus operaciones a razias de castigo y toma táctica de posiciones, al tiempo
que Marina inicia negociaciones con el Raisuni, aunque no deja de advertir
al alto comisario de que las negociaciones en época de cosecha encierran
una trampa para ganar tiempo. La difícil situación que provoca el inicio de
la Gran Guerra europea en el verano de 1914, cuando el gobierno español
decide suspender todas las operaciones para no tensionar la zona francesa,
es asumida de manera brillante por un Silvestre que sabe prepararse para el
momento en que se le vuelva a autorizar reanudarlas, al tiempo que advierte
del peligro de que se refuercen las harkas con la inactividad. Cuando Marina,
una vez fracasada la negociación, le da luz verde, las acciones militares
de las columnas de Silvestre consiguen brillantes éxitos.
El propio Marina declarará en la comisión de responsabilidades del
Congreso de 1923 que Silvestre, al que precisamente recomendó para el puesto
de Casablanca, era un militar de gran seriedad, honradez y lealtad, aunque
a veces se saltase los procedimientos reglamentarios y se excediese un tanto
de sus funciones a la hora de realizar sus misiones, lo que obligaba a atarlo
corto. Aunque confiese en la misma comisión que él no lo habría escogido
para comandante general de Melilla por su propia experiencia con él, todo nos
lleva de nuevo a pensar que no había más roces que los habituales a la hora de
ejercer el mando. Un mando que, no lo olvidemos, resultaba de gran dificultad
debido a que el alto comisario no ejercía el mando de general en jefe del ejército
de Marruecos, sino el de inspector de las tropas, con lo cual se hacía inevitable
que las comandancias generales tendiesen a operar con autonomía41.
Lo que no se puede negar es el hecho de que Manuel Fernández Silvestre
provocaba, al igual que enconados entusiasmos, absurdos prejuicios
por parte de sus nuevos superiores que producían incidentes que se resolvían
fácilmente. Esto es lo ocurrido con el nuevo ministro de la Guerra, el general
Echagüe, que le recrimina en una comunicación el excesivo gasto de
munición de artillería que hacen las fuerzas de Silvestre en sus acciones de
41 Citado en ALBI DE LA CUESTA, Julio: op. cit. pág. 162.
Revista de Historia Militar, I extraordinario de 2021, pp. 384-412. ISSN: 0482-5748